Hoy te cuento esta historia, en la que un amor prohibido dejo completamente loca a una mujer, alguien se quito la vida y una madre destrozada.
Un Tiempo Olvidado
Los detalles de la historia que estoy por contar han sido, quizá, falseados por el tiempo. Un tiempo que ya he olvidado, un tiempo que ya no consume mis huesos y mis días, un tiempo que me dio la oportunidad de sentir el cielo en la punta de los dedos, pero gracias a mis actos transformé en un infierno; un infierno que creí que terminaría después de renunciar a todo, ¡qué equivocado estaba! Ahora ardo en una hoguera de llamas que sin tiempo son inagotables.
El Recuerdo Como Bálsamo
A forma de bálsamo o mero pasatiempo trato de recordar mi historia, siendo lo último que tengo. He pensado olvidarla y perderme definitivamente, he considerado que ese recuerdo es un castigo impuesto por alguna mente divina, me he sentido obligado a aceptar ese castigo para intentar limpiar mi alma, he tratado de cambiar la historia en un ejercicio de especulación y esperanza, pero mi tristeza y el recuerdo es lo único que permanece, por eso repetiré mi historia una vez más:
Deserción y Regreso
Todo comenzó después de que desertara a la escuela náutica, yo, Matías Florencia, era un joven con hambre de aventura pero sin la madurez para adoptar la disciplina y dureza que se requiere para la vida naval. Solo pude completar unos cuantos meses antes de sentirme sobrepasado por la rutina, por el rigor, y la constante agitación de la marea que se había vuelto para mí insoportable. Resignado regresé a mi pueblo en Campeche. Días después de mi regreso fui a visitar la tumba de mi madre. Es común que cuando uno pierde algo tan importante como una madre siga recurriendo a buscar su consejo, su consuelo.
Encuentro en el Cementerio
Estuve horas tratando de justificar mi fracaso frente a esa lápida. Yo sabía que mi madre, despojada de la carne, habitando en algún paraíso desconocido, sabría que lo que decía era mentira, pero también me reconfortaba imaginar que su alma en ese paraíso insondable me veía con compasión y ternura. Pasado un rato, después de expiar mis culpas, acaso un poco, resolví irme, caminando entre las tumbas con el sol golpeando mi tez, cuando de pronto advertí la presencia de una mujer. Ella, al igual que yo, parecía estar conversando con lo que ya no es, y su presencia en aquel campo santo parecía más de ángel que de una simple mortal.
Marta
Atraído quizá por su presencia angelical o por la intuición de que ella reconocía y entendía mis tristezas, decidí conversar con ella. Al acercarme no mostró resistencia, como si me estuviera esperando sin ella saberlo. La conexión fue genuina y hablamos un largo rato hasta que el sol estaba por ocultarse. Nos despedimos sin en verdad querer hacerlo y nos quedamos de ver cerca del cementerio en unos días. En la conversación supe que se llamaba Marta, supe que vivía con su madre, supe que su padre se había marchado a servir en la guerra civil, formando parte de las tropas imperialistas del general Juan N. Espejo, sucumbiendo después del asalto de los liberales en Maestranza. Supe que tuvo una hermana que enfermó y murió, supe de su terrible desventura, de su mala suerte que era casi un rasgo familiar. Supe que ella no había podido superar sus pérdidas, y por si esto fuera poco, también me contó de su mala situación económica y cómo un familiar que llegó de Cozumel era el único que velaba por su bienestar, mandándoles algunas monedas cada mes para que lograran subsistir.
Amor y Compromiso
Pasaron los días sin poder dejar de pensar en Marta, hasta que la volví a ver. Nuestra confidencia se hizo recurrente y pasados unos meses le confesé mi amor, una confesión casi absurda, casi innecesaria después de haberlo confesado tantas veces de forma secreta, con una mueca o alguna frase tonta. Todo parecía escrito, yo con un futuro marchito, ella con esa propensión a la fatalidad, dos tristezas intentando dibujar alguna felicidad con su unión, con su compañía. No tardó mucho para que nos comprometiéramos y nos juráramos amor eterno. Fue así que le propuse matrimonio junto al muelle un 24 de junio. Tuvimos una boda sencilla, con pocos invitados, en un pequeño salón, que lejos de hacerlo algo deplorable, lo acogedor y simple me hizo sentir reconfortado.
La Madre de Marta
Todo parecía brillar para dos almas oscuras, sin embargo, no he sido del todo sincero en este relato. He omitido a la madre de Marta, tal vez por vergüenza, tal vez por no querer insultar el recuerdo de Marta desde un inicio, pero creo que si alguien escucha mi historia le debo la verdad, y aún más importante, me debo esa verdad para encontrar la paz. Conocí a la madre de Marta unos días después de confesarle mi amor. Ella, al igual que Marta, tenía este aire angelical, pero también una notoria propensión a la fatalidad. Yo estaba enamorado de Marta pero desde un inicio pude sentir que la amabilidad de su madre se podía confundir con una especie de coqueteo sutil, un coqueteo que traté de negar e ignorar, pero poco a poco se convirtió en algo más evidente. Gracias a su experiencia me tendía pequeñas trampas para terminar en situaciones comprometedoras. Solía elogiarme y asegurarme que su hija tenía una suerte inmensa en tenerme, casi como si buscara declarar que ella no me merecía.
Atracción Prohibida
Contrario a esto, Marta era muy dulce y tierna, como si toda la desdicha que la acompañaba, ella la abrazara con dulce benignidad. Esto, lejos de encantarme, me alejaba un poco de ella. Sentía que era yo quien no la merecía. En cambio, su madre me recordaba más a mí, me recordaba más a la imagen que había creado de Marta cuando la conocí, más rota por dentro, más depresiva. Fue así que poco a poco me comencé a sentir atraído a ella. Fue así que comencé a aceptar y corresponder los coqueteos, era algo silencioso, prohibido, lo que quizá me emocionaba más.
La Traición
Siempre me he preguntado por qué engañé a Marta. No sé si fue por su madre, por sentirla aún más afín a mí que Marta, por su sensualidad, por su madurez que me parecía exótica. No sé si fue por Marta, que creía peor, que pensaba que era una perdedora como yo, alguien que no encontraba su lugar en el mundo. Pero ella, pese al dolor, trataba de escalar a lo mejor de sí misma, lo que me hacía sentir más miserable, más culpable de mi dolor. O tal vez fue por mí, esta es la opción que más me afecta, que más me costaría aceptar, porque sería aceptar la sentencia de mi padre, que siempre repetía que nunca sería nadie, que nunca lograría nada, que me culpaba por la partida de mi madre y de nuestro infortunio, lo que me llevó siempre a sabotearme, a rechazar las cosas buenas que llegaban a mi vida, a siempre arruinarlo todo, acaso para cumplir el designio que me asignó mi padre, para que de algún modo sintiera orgullo por mi fracaso, por ser lo que él siempre previó.
El Descubrimiento
Sea cual sea el motivo, engañé a Marta, y comencé una oscura aventura con su madre, que me hería, que me hacía sentir indigno, pero por lo mismo me seducía más. Cuando existe dolor y a su vez una recompensa, los hombres nos obsesionamos, nuestra propensión a la tragedia nos precede. Pudimos mantener la aventura en secreto, hasta una ocasión en la que asistí con Marta a una obra de teatro, y me escapé para saciar mis deseos con su madre. Jamás imaginamos que sospecharía, ella parecía demasiado inocente, pero incluso en la inocencia se puede saborear cuando existe algo oculto. Entonces, después de intuir que algo estaba mal, regresó desconcertada a la casa, y cuál sería su sorpresa, su decepción, de verme en los brazos de su madre, de ver a las personas que más amaba conspirando en su contra, para su propio placer.
La Caída de Marta
Yo pensé que me gritaría, que desataría su furia contra nosotros, que me arrojaría cosas, que proferiría mi muerte, pero solo reinaría el silencio. No salió una sola palabra de su boca, su rostro desorbitado no dibujaba ninguna expresión. Creí que le había roto el corazón, pero en realidad le arrebaté la vida. Nunca volvió a pronunciar una palabra, nunca volvió en sí, permanecía catatónica, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo. Nunca preví algo así, nunca reparé en las consecuencias. Una vez más había echado todo a perder, una vez más todo era mi culpa, y esta vez me desconsolaba profundamente ver así a la única mujer que me había amado. Después de que nos descubrió intenté disculparme pero no creo que ella hubiese escuchado. Su madre solo resolvió correrme y acoger a su hija en sus brazos, como si estuviera sufriendo un abuso de mi parte. Tampoco creo que esto haya repercutido en Marta.
Desesperanza y Decisión
Yo quería resolverlo e intenté esperar a que Marta se recuperara, pero solo empeoró, tanto que su madre decidió internarla en un manicomio. El tiempo de espera se estiró y según los médicos la condición de Marta sería indefinida, seguramente jamás recuperaría la razón. Eso limó la última esperanza que me quedaba, creía que si arreglaba eso, todas mis desventuras pasadas quedarían saldadas, como si un solo acto de redención justificara todos mis errores. Pero la vida es justa, y me negó esa salida. Sentí que mi sentencia era habitar con la culpa y el recuerdo el resto de mi vida, e intenté aceptarlo y aprender a subsistir con ello, pero nuevamente, como con todo lo que me proponía, deserté. Vivir con la culpa era toda una tortura, sentía que me observaba, que me juzgaba si sonreía, o si lo olvidaba durante el sueño o durante la ducha. Sentía que era esclavo de ese momento, como si mi único propósito fuera sufrir por ello. No pude soportarlo.
El Final en el Muelle
Recordé mis antiguas cobardías, el abandonar mi sueño naval, el nunca enfrentar a mi padre y muchos más ejemplos. Una vez más aceptaría la cobardía, me dejaría llevar por ese alivio que no acepta el valiente, y así dejé de luchar, decidí ponerle fin a todo. Volví al muelle donde nos comprometimos, con la cabeza llena de pensamientos, con gritos reprimidos en la garganta. Conseguí una dosis de veneno, caminé por el muelle. El viento era suave, las calles estaban solas, como si aceptaran mis preparativos, y respetaran mi momento. Recordé por última vez a Marta, y bebí el veneno. Vi como todo se apagaba, creí que me iría como un cobarde, pero el descanso no llegó, nuevamente la justicia divina no me lo permitiría.
Un Destino Incierto
Desde aquel día vago sin cuerpo y sin horas, sin inicio o final, soy un ánima, un espectro, un fantasma. Tal vez siempre fui uno, tal vez siempre fui un esbozo, algo que no debía ser, un bosquejo. Me repito mi historia una y otra vez, acaso para intentar descubrir algo, acaso para no llegar al olvido. A veces veo amantes tomados de la mano y suspiro, a veces creo que pueden verme, o al menos sentir mi tristeza. No quiero abandonar este muelle, no quiero volver a ser un cobarde, me niego a rechazar una vez más mi castigo. Y heme aquí junto al muelle con el corazón deshecho, con el recuerdo de Marta rondando incansablemente. A veces miro como el mar intenta alcanzar a la luna, intuyo que sabe que nunca llegará, intuyo que sabe que no llegar es su destino. Siento que me entiende, yo igual que él, sé que nunca llegaré y sé que no llegar es mi destino.
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